jueves, 30 de diciembre de 2010

"¿Y ezo pod qué?"

A ver, díganme, ¿no han albergado alguna vez el impulso irrefrenable de estrangular a un niño tras su vigésimo tercer "y pod qué"?
El caso es que el primero te hace gracia. El primero. Para el quinto ya estas mirando a derecha e izquierda a ver si aparece a salvarte el padre del infante; al décimo, con tu honor de adulto en liza, te andas devaneando la perola y sudando como Rocky Balboa en el gimnasio; al décimo quinto estas convocando por vía telepática al mismísimo Herodes... Si llegas al vigésimo tercero, lo más probable es que hayas entrado ya en un estado semicatatónico por el extenuante intento de haber querido mantener el tipo. Pero lo peor es cuándo, tras unas cuantas respuestas medianamente airosas, llegan las temidas tres o cuatro absolutamente deshonrosas,  y es que en ese terrible instante es cuando el repipioso enano  te mira con desprecio, se da media vuelta y se larga, dejándote hundido en la más absoluta de las miserias.
Háganme caso, de llegar a ese punto es cuándo, justamente, hay que estrangularlo.

Verán, yo tengo mi teoría. Ésta es que los mocosos esos tan impertinentes, viejos prematuros y no tan monos ni tan inteligentes como sus babosas madres predican, en definitiva, esos pitufos odiosa y maleducadamente preguntones no son más que seres seleccionados cuando eran aún fetillos y a los que, por vía umbilical, se les impregnó del procedimiento socrático de la mayéutica *. Así, una vez paridos por sus madres, cual Socratitos monstruosos, nos ponen a prueba para que, a base de meditar nuestras respuestas, lleguemos al meollo de ciertos principios y verdades inconmensurables.
En definitiva, que las estresantes criaturas nos someten a esas pruebas por nuestro bien. Absolutamente.
Por eso, pensándolo bien, no los estrangulen, no los descuarticen, ni los tiren al w.c. para ahogarlos posteriormente tirando de la cisterna. Aguanten, porque con sus interminables "y pod qués" alcanzaremos la más absoluta de las sabidurías. Al final, tendremos que estarles agradecidos y todo. Para que luego digan que la vida no es compleja.
Eso sí, una servidora, que a estas alturas ya no aspira a grandes cosas y se conforma con hacer bien el puchero y las lentejas, se reserva el derecho de admisión. Los seguiré esquivando como a la peste y si les puedo soltar de refilón un pellizquillo de monja, pues mejor.

*La mayéutica: Procedimiento utilizado por Sócrates, por el cual el maestro conseguía que el alumno llegara a la verdad alumbrando las propias nociones gracias a las continuas preguntas que le dirigía.

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