martes, 26 de julio de 2011

¡Feliz verano!

Hombre, ¡que alegría!, ¡el caracol manzana vuelve a la carga!...
No se preocupen amigos míos, que no se me han licuado con el calor las pocas neuronas que aún mantengo en activo. Solo es que cuándo he leído que "la plaga del caracol manzana lo resiste todo en el delta del Ebro." y que "Cientos de miles de ejemplares sobreviven a los intentos de erradicar la especie" (ELPAIS, 19.7.'11), he tenido un terrible "dèjá vu"  y he recordado aquel otro titular de hace un año que decía que "el caracol manzana ha colonizado la margen izquierda del humedal." y que "Cataluña secará la mitad del delta del Ebro para combatir la plaga"(ELPAIS, 23.9.'10). Y me ha conmovido, la verdad.
Me ha conmovido la resiliencia de esos "pomaceae canaliculatae", tan regordetes ellos, que se niegan a ser expulsados de sus dominios y a ser exterminados sin piedad y que, tras un año de padecimientos y de cruentas persecuciones, siguen ahí dando bien por saco y provocando buenos dolores de cabeza a aquellos que quieren masacrarlos. Y es que, ¡que le vamos a hacer!, siempre me conmovieron las historias heroicas sobre pueblos perseguidos o fortalezas asediadas. Además, que se sepa, a este pobre molusco lo quieren echar de sus humedales por no ser autóctono, por ser un inmigrante sudamericano... Mal, muy mal.
Pero también, esta historia de los caracolillos estos (que se esta desarrollando en los mismísimos términos que el año pasado), me ha llevado a reflexionar sobre el transcurrir del tiempo -mi mente furula así, perdónenme- y me ha llevado a concluir que nada cambia; que a pesar del avance de mis arrugas, de mis carnes o de mis canas, el resto sigue su curso, igual, como si nada. Sale el sol por las mañanas, nos asamos en verano, viene el cólico de la Navidad, luego los atufes de incienso en la Semana Santa, las medio peas de la Feria, para finalmente volver a los soponcios del verano.Y así, con ese tonteo, se nos van las horas, los días, las semanas, los meses... En definitiva, que casi sin darnos cuenta, la vida se nos escapa...
Sea como fuere y antes de zambullirme con un doble salto de tirabuzón en el sórdido mundo de mis crisis existenciales (siempre estrechamente relacionadas con la vejez y la edad), me gustaría desearles un feliz verano. Les deseo de corazón unas merecidas y plácidas jornadas estivales exentas de suegras, empachos de sardinas, quemaduras de primer grado, picaduras de mosquito, clavadas monumentales en el chiringuito de marras, inoportunos controles de alcoholemia, pelmazos vecinos de sombrilla, acaloradas peleas con la parienta, atronadores ronquidos provenientes del adosado de al lado..., en fin, exentas de todo aquello que como el caracol manzana se puede presentar, sin previo aviso, en su anhelado y reparador verano para, con ello, fastidiarlo y amargárselo.
¡Buen verano! Nos vemos a la vuelta. Eso sí, más arruinados, más gordos, más hastiados, con hongos en los pies, pelos de bruja Avería y la piel negra y arrugada como un anciano... Pero no se desanimen porque como el caracol del Ebro, septiembre vuelve y, con él llega la deliciosa vuelta a su biblioteca, a su colchón, a su almohada, a su sofalito y su televisión de plasma, a su Canal +, a su nevera "no frost", a su aire acondicionado a 19º..., en definitiva vuelve el sacrosanto momento de regresar a su bendita casa. Así que ¡ánimo!, los emplazo a volvernos a encontrar en estas páginas una vez superada la extenuante subida de esa montaña K2, llamada Agosto. ¡Ánimo, y al toro, maestro! ¡Felizzzzz verano!

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